miércoles, 21 de agosto de 2013

0 Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez (2002)



Muy pocos escritores han logrado un lugar tan privilegiado en el cariño y la simpatía tanto de la crítica especializada como de la cultura popular, como Gabriel García Márquez, “Gabo”, el rockstar de las letras colombianas. Su carisma, la naturalidad y el gusto con el que se desenvuelve en la polémica y su seductora personalidad, lo han convertido en uno de los escritores más cercanos a sus lectores, y uno de los más fácilmente reconocibles, no solo en Latinoamérica, donde sus seguidores se cuentan por millares, sino alrededor del mundo. Por todo esto, era inevitable que tarde o temprano decidiera contar por su propia mano la historia de su vida. Promocionado como uno de los libros más esperados de la primera década del siglo XXI, Vivir para contarla, publicado en 2002, fue un impresionante éxito de ventas, especialmente tras los fuertes rumores que señalaban que el escritor ya no publicaría la segunda y la tercera parte de su autobiografía, contrario a lo que se había anunciado en un principio.

En esta obra, Gabriel García Márquez evoca y reconstruye sus propios pasos, desde los primeros recuerdos infantiles, en una típica franja rural colombiana, enclavada muy cerca del mar Caribe, hasta su partida con destino a Suiza, a los 28 años de edad, como corresponsal del periódico bogotano “El Espectador”. Echando mano de su habitual técnica circular, de constantes saltos en el tiempo, de su estilo desenfadado y su desvergonzado sentido del humor, García Márquez nos cuenta su propia versión de una historia que ciertamente ya ha sido explorada con anterioridad por periodistas, biógrafos profesionales, amigos cercanos e incluso por sus propios familiares: la historia del primer hijo de un típico matrimonio colombiano de clase baja de los años veinte, niño precoz, con una curiosidad insaciable y una imaginación alimentada por las historias y las leyendas fundacionales de Colombia, que se convertiría en un joven bohemio, de memoria prodigiosa y una inventiva extraordinaria. Ésta es pues, la historia de su propia vida… al menos la versión que él dice recordar, que no es necesariamente igual a como sucedieron las cosas -según nos advierte él mismo desde las primeras líneas de estas memorias-, pero que a fin de cuentas es la única versión que importa, porque, en sus propias palabras: “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda...”.

Dada la extensa lista de investigaciones y recuentos que se han hecho sobre el escritor y su obra, muchas de las historias y anécdotas de su vida son ya bien conocidas, quizá especialmente las que se refieren a su infancia. En buena medida, ha sido el mismo García Márquez el que no ha perdido oportunidad para contar las historias de esa época una y otra vez. Por esta razón, quizá lo más interesante de Vivir para contarla sea la evocación de los años de su adolescencia precoz y de los primeros años de la juventud, recuento que por supuesto es acompañado por una interesante reconstrucción de los años de convulsión económica, política y social que vivía Colombia en la década de 1940 y principios de los 50.

Son bien conocidas las imágenes más recientes de García Márquez, las que vinieron después del Nobel: un intelectual que lo mismo se retrata con jefes de Estado que con la farándula, dueño de una hermosa mansión al sur de la ciudad de México, que baila con desenvolvimiento en diferentes eventos sociales. Quizá por eso llame la atención que en sus memorias el escritor se retrate a sí mismo como un joven tímido, de cabello alborotado, eterno solterón que intercambia coplas por la comida del día, recita de memoria lo mejor de la poesía del Siglo de Oro y nunca se cambia de ropa porque no tiene más que una camisa y un pantalón que lava todos los días en la regadera.

García Márquez hizo de todo en sus años mozos, menos desperdiciarlos. Sus días en esta época se reparten entre la aventura y el descubrimiento de la vida llana, colorida y palpitante de los escenarios colombianos más importantes, como Barranquilla, Sucre, Bogotá, y Cartagena. Si los artistas muchas veces son clasificados como introvertidos o aventureros, García Márquez dice pertenecer a los retraídos, pero las historias que nos cuenta, llenas de burdeles, cantinas, hoteles de mala muerte, borracheras con artistas y noches de pernoctar en la banca de un parque o en el frio piso de la celda de un cuartel, nos hacen pensar que Gabo, al igual que Hemingway o Lord Byron, pertenece más bien a la estirpe de artistas nutridos por el torrente de las experiencias vitales, que a los que se replegaron en sí mismos.

Si bien es falso que la obra de todo artista se explica en sus biografías, en el caso de García Márquez es bien sabido que prácticamente toda su obra tiene una conexión directa con sucesos reales de los que fue testigo cuando no partícipe. En este sentido, Vivir para contarla, es una guía necesaria para todos los seguidores del escritor colombiano que busquen recabar las pistas del realismo mágico que Gabo edificó con Macondo como corazón de un universo que se extiende a toda su obra; aunque por supuesto, conocer los detalles que generalmente se ocultan tras bambalinas, puede restarle cierto encanto a lo que uno toma comúnmente como ficción o fantasía, por lo que la lectura de Vivir para contarla no es recomendable para quien quiera aproximarse por primera vez a la obra de premio Nobel colombiano, sino justamente para quien ya conoce de lleno esa obra y quiere cerrar la lectura de este autor con un broche dorado. Sin duda, un libro imprescindible para los muchos seguidores de Gabo, que seguramente reconocerán en las historias de Vivir para contarla los escenarios y los personajes que dieron origen a obras como La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera y por supuesto, su obra más aclamada, Cien años de soledad.


0 comentarios:

Publicar un comentario

 

The Readometer Project Copyright © 2011 - |- Template created by O Pregador - |- Powered by Blogger Templates