miércoles, 27 de noviembre de 2013

0 Bartleby, el escribiente; Herman Melville (1853)

Cualquier recuento de los personajes más intrigantes de la Literatura estaría incompleto si no se mencionara de forma especial a Bartleby, el enigmático copista de un despacho legal de Wall Street, cuya historia fue narrada por Herman Melville en 1853, tan solo dos años después de que publicara Moby Dick, la monumental novela que lo consagró como escritor y por la que es comúnmente recordado. Con el tiempo, fue Moby Dick la que se convirtió, merecidamente, en un clásico, mientras que Bartleby, el escribiente tomó su propio camino, lejos del éxito comercial y de los halagos simplones de la crítica, y se volvió una de las primeras obras de culto de la Literatura.

Este extraño relato es contado por un bonachón y apacible abogado neoyorquino de mediados del siglo XIX. No es mucho lo que se sabe sobre el narrador: que es un hombre exitoso en la política y en los negocios, es gentil, educado, razonable, y especialmente tolerante y comprensivo con sus excéntricos empleados: Nippers y Turkey, dos curiosos escribientes encargados de copiar documentos legales a mano durante todo el día, y Ginger Nut, el joven office boy responsable de suministrarles tortas y pasteles a los amanuenses. Ante la prosperidad de su negocio y el incremento en la cantidad de trabajo, el abogado decide colocar un anuncio clasificado solicitando un tercer escribiente. Es así como aparecerá en la oficina la figura "pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria" de Bartleby, un insólito personaje sobre el cual no sabemos prácticamente nada, y conforme avance el relato, nos daremos cuenta de que prácticamente no hay nada que saber: Bartleby no tiene apellido, no tiene pasado, no tiene amigos o familia, domicilio, sueños ni expectativas. Hasta donde se sabe, su característica más relevante, o al menos la única certeza que se puede tener sobre él, es que existe… está allí, instalado en un escritorio que se esconde tras un biombo, sentado junto a una ventana desde la cual lo único que puede verse es un muro de ladrillos. La llegada de Bartleby trastornará la paz y la tranquilidad del pacífico abogado, quien lo intentará todo para librarse de este sombrío invasor.

Los problemas del abogado con su nuevo empleado surgen cuando éste comienza a negarse ante las más elementales peticiones de su empleador. Es aquí donde Melville pone en boca de Bartleby una sentencia maldita que se ha convertido en una de las frases más famosas de la literatura: I would prefer not to [Preferiría no hacerlo]. Como un mantra, estas palabras serán lo único a lo que Bartleby decida aferrarse. Pero eso es solo el principio: poco después, Bartleby no solo se rehusará a llevar a cabo sus labores profesionales, sino que prácticamente se negará a realizar cualquier acción que vaya más allá del hecho mismo de estar allí, ocupando un espacio. Si bien al principio este escribiente se muestra como un empleado eficiente y confiable, no tardará en mostrar una naturaleza disruptiva de la lógica y de la paz que reina en la oficina: Bartleby es sencillamente indiferente hacia todo, ha abandonado ya no solo su sentido del asombro sino los más primarios instintos de reacción ante lo que le rodea, y ha renunciado a su voluntad, a sus deseos, y a la ansiedad que provoca el estar vivo.

Con apenas menos de cien páginas, este relato ha sido centro de incontables discusiones y reflexiones, ha provocado innumerables ensayos y estudios críticos (incluyendo el célebre ensayo Bartleby y compañía, del escritor español contemporáneo Enrique Vila-Matas), y ha ocupado la atención de artistas e intelectuales como Camus, Borges y King. La influencia de esta obra ha sido tal, que incluso se le atribuye haber sido precursora de movimientos filosóficos y artísticos como el existencialismo y la literatura del absurdo. Son varios los elementos de Bartleby, el escribiente que llaman la atención, pero quizá su principal atractivo radique en su carácter ininteligible, confuso y misterioso, y en la extraña sensación de desosiego en la que permanece el lector incluso mucho después de haber terminado la obra.

A más de un siglo y medio de distancia, Bartleby sigue siendo tan elusivo y tan enigmático como lo fue en el momento de su aparición, a mediados del siglo XIX. La brevedad de la obra, la inteligente y curiosa combinación de sencillez y profundidad, y la extraña sensación de desconcierto en la que queda sumergido el lector, invitan irremediablemente a una segunda y tercera lectura. Pero incluso después de revisar la historia varias veces, el lector se encuentra en el mismo estado de confusión y conmiseración por el singular escribiente. Obra adelantada a su época, que cualquier lector, ya sea principiante o adelantado, preferiría no perderse.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

0 "Mi vida en la Maleza de los Fantasmas” de Amos Tutuola (1973)


De vez en cuando es interesante encontrarse con un texto que sale de lo convencional. Acercarnos a la obra de escritores no muy conocidos puede llevarnos a experimentar realidades distintas a la nuestra y abrir la mente hacia otro tipo de relatos. Poco difundida, la literatura africana es un medio efectivo para conocer, de primera mano, un poco más acerca de la cultura de quienes viven en este continente. Existe un halo de misterio alrededor de este lugar, tenemos ideas preconcebidas acerca de él, relacionadas con el subdesarrollo, la pobreza y la ingobernabilidad; sin embargo, más allá de esto, la cultura africana ofrece una vasta diversidad de relatos derivados de la diversidad de etnias existentes.

“Mi vida en la Maleza de los Fantasmas” es un relato escrito por el nigeriano Amos Tutuola que narra la travesía de un niño en una especie de mundo paralelo en el que habitan fantasmas y seres fantásticos y en donde las “personas terrenales” no son bienvenidas. El protagonista transita por varios pueblos habitados por fantasmas, los cuales presentan características muy distintas entre sí, algunos fantasmas lo reciben con comida y bebida en abundancia dándole trato de rey, mientras que otros lo azotan y lo confinan a ser un esclavo. En esta maleza, los fantasmas tienen la capacidad de transformarse en otras criaturas, de hacerse invisibles y otras muchas habilidades sobrenaturales. En este mundo lleno de elementos fantásticos, transcurren 24 años en la vida del protagonista, tiempo durante el cual se casa, es adorado como una deidad, provoca una guerra y enfrenta múltiples peligros. A pesar de todo, su mayor deseo es encontrar el camino de vuelta a su pueblo natal en el mundo terrenal y reencontrarse con su familia.  


Definitivamente no es un libro fácil de leer, es un texto en el cual se presentan muchos sucesos que involucran a múltiples personajes en situaciones fantásticas lo que dificulta la narrativa. Originalmente, el texto está escrito en un inglés imperfecto y la traducción intencionalmente transmite esta imperfección al conservar errores de sintaxis y el uso impropio del vocabulario de alguien que escribe en una lengua distinta a la suya.
Lo más rescatable de esta obra es que es un acercamiento a la mitología africana que transmite la gran capacidad imaginativa del autor, nos encontramos con una serie de relatos concatenados llenos de elementos fantásticos y sobrenaturales. A través de la descripción de estos seres, el lector puede sentirse inmerso en una atmósfera de incertidumbre ante lo desconocido. La exacerbación de los sentimientos como la ira, el miedo y la desesperanza presentes en la obra son muy característicos de la literatura africana.


Es un libro que transmite fielmente la complejidad de la mitología africana, el misterio y la oscuridad que rodean a esta cultura, pero que definitivamente sale de lo convencional y requiere de mucha concentración para seguir el hilo conductor de la historia. Al final, uno termina simplemente exhausto mentalmente.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

0 La Ignorancia, Milan Kundera (2000)


Durante la Revolución francesa se acuñó el término del émigré, el “emigrado”, símbolo y figura imprescindible de las sociedades contemporáneas. Sabemos que la migración es tan antigua como el mismo ser humano, pero no fue hasta que se acuñó ese término a finales del siglo XVIII, que se hizo manifiesto el matiz, la connotación del autoexilio político o social del emigrado. Desde entonces, el arte, la cultura y la política, han desarrollado una imagen idealizada y romántica del autoexiliado, el que abandona su patria por decisión propia, pero bajo una nota implícita de protesta, obligado o presionado por sus circunstancias, y como única alternativa ante ciertas condiciones políticas o sociales que imperan en su país. En La Ignorancia, Milan Kundera nos ofrece un sensible, inteligente y preciso ensayo (en forma de novela) sobre el exilio, el regreso a casa del émigré, y los sentimientos, hallazgos, desilusiones y desencantos que desata la repatriación.

Irena y Josef son dos checoslovacos que, cada uno por su cuenta y por diferentes circunstancias, se ven obligados a expatriarse, huyendo de la invasión soviética que instauró en su país un totalitarismo más duro aun que el implementado durante el régimen comunista anterior a la invasión. Irena, “bella a los cuarenta”, viajó a Francia, donde con esfuerzo, mucho trabajo y sacrificios, logró establecerse y seguir con su vida; mientras que Josef, un poco mayor que Irena, se exilió en Dinamarca, donde se enamoró, se casó y tuvo una vida simple pero feliz. El fin de la era soviética, en 1989, les brinda la oportunidad de regresar al país que tuvieron que abandonar veinte años antes, su tierra natal, que en el ideario europeo se supone que sigue siendo su “hogar”. Ambos emprenden un forzado viaje de regreso a Praga, a reconocer las calles, los lugares y las personas que no han visto durante dos décadas; a reencontrarse con su familia y amigos, aquellos que tuvieron que dejar atrás en su búsqueda de una vida mejor; a comunicarse de nuevo en su idioma materno, un lenguaje que entienden pero que después de tanto tiempo se ha vuelto extraño para ellos. Para Josef e Irena, extranjeros en los países donde tienen veinte años viviendo, y extraños en su tierra natal, que no es ni volverá a ser el país de su infancia y juventud, la posibilidad de volver al terruño los obliga a preguntarse seriamente dónde está su hogar. Buscando la respuesta a esa interrogante, realizan un viaje en el que descubrirán que “el hogar” es algo cambiante, poco fidedigno, y para el émigré, algo ilusorio.

Las historias de Irena y Josef (historias en principio independientes pero que al estilo Kunderiano se cruzarán en un episodio de erotismo en el clímax de la novela) pueden parecer simples a primera vista, sin embargo encierran algunos de los “dramas filosóficos” más profundos, interesantes y relevantes de la edad contemporánea: la búsqueda del hogar, el desencanto del regreso a casa, la consecuente pérdida de la identidad, y la trampa de la otredad, en la que siempre somos reconocidos como un “otro”: un extranjero, un visitante, un invasor; y ya no como uno del grupo, un paisano, un vecino o un compatriota. Al más puro estilo de Cabral: ese limbo en el que ya no somos de aquí, ni de allá.

Totalmente acorde con el estilo al que Kundera nos tiene acostumbrados, la trama no es más que una especie de “representación” de los temas que subyacen en el fondo (algunos de ellos, ya clásicos de este autor): la memoria, el olvido, la nostalgia, la añoranza, las ilusiones, los recuerdos compartidos, el arraigo y el desapego, la relatividad y fragilidad del hogar, y la relación hogar-identidad. De hecho, la novela en sí puede ser considerada como una serie de variaciones y exploraciones sobre este tema de inspiración homérica: el difícil regreso a casa. En este sentido, Kundera revisita, homenajea pero también deconstruye constante y explícitamente el mito de Ulises, quién tras veinte años de haber partido de su amada Ítaca, regresa a su tierra sólo para darse cuenta que se ha convertido en un extraño al que no se le añora más. Fiel a su talante de “escritor-filósofo”, Kundera no solo cuenta una historia, sino que la comenta, le añade notas, observaciones y apostillas, ya que su punto no es sólo contar una trama, sino las ideas que están detrás de la trama. Es verdad, como algunos críticos han señalado, que La Ignorancia es en ciertos aspectos “diferente” a sus obras anteriores (por ejemplo es mucho más ligera y fácil de leer, cosa que se agradece enormemente), sin embargo conserva su sello indiscutible y algunos de los elementos que le han valido miles de lectores fieles alrededor del mundo. Por ejemplo, en La Ignorancia, Kundera no oculta los elementos psicológicos, filosóficos, lingüísticos e históricos de los que echa mano para construir sus reflexiones; de hecho, al estilo de Balzac o Tolstoi, Kundera ni siquiera se molesta en reservarse sus comentarios en primera persona, lo que crea un efecto parecido a estar en la presencia del autor.

Esta es la última novela de la “trilogía de novelas breves” de Milan Kundera. De hecho, es la última obra de ficción que el autor ha publicado (le siguieron únicamente El telón y Un encuentro, ambos ensayos sobre Arte y Literatura), y tras casi 14 años en espera de una nueva obra, algunos comentaristas ya especulan que esta será la última novela que leeremos de Kundera. Lo que sí sabemos es que es una de sus obras más personales, insipirada claramente no sólo en un afán filosófico, sino en sus propias vivencias, y que su lectura es imprescindible ya no solo para sus seguidores, sino para cualquier lector asiduo de las obras que invitan a la reflexión. Seguramente, La Ignorancia es la obra más conmovedora que se ha escrito sobre la búsqueda del hogar, desde La Odisea del poeta Homero.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

0 "El curioso incidente del perro a medianoche" de Mark Haddon (2003)


Una historia con un protagonista atípico es un buen elemento para llamar la atención de los lectores, especialmente si el protagonista sufre de una condición poco conocida como el autismo. “El curioso incidente del perro a medianoche” es un best-seller de Mark Haddon del 2003 cuyo personaje principal es Christopher, un adolescente británico con síndrome de Asperger, el cual es considerado un tipo de autismo funcional.

Christopher es muy distinto al resto de los jóvenes de su edad, no le gusta ningún tipo de contacto físico, le molestan los cambios en su rutina, es incapaz de mentir y de entender el sarcasmo y la ironía. En consecuencia, pasa la mayor parte del tiempo solo, resolviendo problemas matemáticos, mirando videos de ciencia y jugando con su única compañía, Toby, su rata doméstica.  Su rutina es simple, acude a una escuela de educación especial y regresa a casa con su padre, con quien de vez en cuando sale a pasear. Todo parece transcurrir sin mayor sobresalto, hasta que un día Christopher descubre que alguien ha asesinado al perro de su vecina, la señora Shears. Dado que los perros son seres predecibles que le inspiran confianza, Christopher decide investigar quién pudo ser el responsable de matar al perro de la señora Shears. Esta búsqueda lo llevará a descubrir otros secretos, acerca de su propia vida y de lo que creía perdido.

“El curioso incidente del perro a medianoche” es una novela en donde un incidente aparentemente sin importancia, desencadena una serie de acontecimientos que cambian la vida de Christopher y que lo obligan a enfrentarse a situaciones totalmente desconocidas y agobiantes para él. El lector no tardará mucho en sacar sus propias conclusiones acerca de la trama, dado que es bastante predecible. La originalidad de la obra  radica en centrarla en un joven con Asperger, lo que en mi opinión es, al mismo tiempo, su principal acierto y su principal error.

Por una parte, el comportamiento de Christopher es sumamente distinto al de cualquier otro joven de su edad del que tengamos referencia, su incapacidad para establecer vínculos sociales lo coloca en una posición de gran vulnerabilidad. A pesar de tener 15 años, su desconexión del mundo provoca que fuera de su entorno, Christopher manifieste su incapacidad para conducirse en tareas tan comunes como tomar un tren o atravesar una calle, en contraste con la recurrente figura del adolescente impetuoso e intrépido que existe en otras novelas como El Guardián entre el centeno, por ejemplo. Sin embargo, en el caso de esta novela, Christopher es caracterizado superficialmente como un joven autista, Haddon banaliza este síndrome al reducirlo a un comportamiento repetitivo –que transmite a través de la descripción continua de sus rutinas o a la incorporación de referencias matemáticas- que no logra crear un personaje lo suficientemente complejo para poder sostener el argumento central. El autor no logra describir un personaje con Asperger que realmente muestre la complejidad de este síndrome, pero tampoco logra crear una historia lo suficientemente interesante como para subsanar esa deficiencia.

 
Indudablemente, sólo quienes padezcan Asperger, sus familias y los especialistas pueden saber con certeza cuáles son las características de este síndrome, más aún cuando éste puede manifestarse de distintas maneras en cada individuo. En mi opinión, esta novela no ofrece más que una visión muy elemental de cómo perciben el mundo las personas con Asperger, parece únicamente un pretexto para contar una historia bastante convencional. El uso del lenguaje repetitivo y las alusiones matemáticas a lo largo del texto, cuyo fin es que el autor entienda cómo piensa una persona con Asperger, puede resultar monótono y realmente no transmite los desafíos que enfrentan cotidianamente. Es el tipo de novela que después de leerla deja la sensación de que para escribir un best seller no hace falta una gran historia ni tener una gran pluma, quizá sólo sea cuestión de azar.
 

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