miércoles, 29 de mayo de 2013

0 Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953)



Para todos los interesados en la relación entre la Literatura y los estudios políticos y sociales, la ficción distópica (generalmente desarrollada en novelas) es uno de los subgéneros literarios más atractivos que se puede encontrar. De la larga lista de historias de este tipo que se han escrito, tres son las que mejor han ilustrado la esencia de una distopía: “1984” de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, y “Fahrenheit 451” del prolífico escritor estadounidense Ray Bradbury. En esta obra clásica de la literatura estadounidense, Ray Bradbury nos advierte los riesgos de un futuro deshumanizado y frívolo, en el que los libros ya no tienen cabida.

La novela de Bradbury nos traslada a un escenario futurista y distópico de los Estados Unidos (sin fecha precisa, pero que Bradbury imaginaba alrededor del año 2000), en el que los libros se consideran objetos perniciosos para la sociedad. Los medios de comunicación, más desarrollados en el aspecto tecnológico y en cierta forma “personalizados”, así como el hedónico estilo de vida de esta sociedad del futuro, no han dejado espacio para las ideas originales, controvertidas y provocadoras que los libros contienen, por lo que estos se han convertido en objetos prohibidos. Para erradicarlos, el gobierno estadounidense ha puesto en marcha un programa en el que los bomberos ya no apagan incendios, sino que los provocan, quemando las casas de aquellos que se han atrevido a conservar algún libro.

En este contexto, Guy Montag, un miembro ejemplar de este cuerpo de bomberos piromaniacos, vive en la rutina de quemar casas donde se encuentren libros y pasar tiempo con su esposa, una mujer a la que apenas si conoce superficialmente, adicta a las píldoras para dormir y a las gigantescas televisiones empotradas en las paredes, hasta que una noche, camino a su casa, se encuentra con Clarisse McClellan, una adolescente poco común en esta sociedad del vacío: intuitiva, curiosa, extrovertida, y con un brillo propio. Ésta será sólo la primera de varias experiencias que sembrarán el conflicto en Montag, romperán los esquemas con los que hasta ahora vivía tranquilamente y pondrán a prueba su fidelidad al sistema que protege tan ardientemente -valga la expresión.

Frecuentemente se comete el error de relacionar las ficciones distópicas con sociedades actuales más o menos totalitarias, pensando que las distopías son meras alegorías de los estados dictatoriales. Quienes cometen ese error, pasan por alto que una distopía también puede ser una parodia de la hipocresía que muchas veces tiene lugar en las llamadas “democracias liberales”, así como una advertencia sobre los peligros de empoderar a dichos estados democráticos, renunciado a las libertades individuales.

Fahrenheit 451 tiene mucho de esto. Al escribirlo, Ray Bradbury no estaba pensando en algún estado totalitario del medio oriente, sino en su propio país, Estados Unidos, considerado corrientemente como un estado paladín de la democracia y de los valores del liberalismo.  Es claro que a través de esta novela, Bradbury lanza una crítica mordaz tanto a la censura de libros y persecución de intelectuales que tuvo lugar en ese país durante los años del “Macarthismo”, así como a la utilización de la ciencia para la destrucción masiva, como fue el caso de las bombas nucleares que Estados Unidos soltó sobre Hiroshima y Nagasaki unos años antes de la publicación de la novela.

Irónicamente, Fahrenheit 451 fue víctima de la censura y de varios intentos de prohibición en su propio país, que tanto dice promover las libertades (incluso más allá de sus fronteras), lo que demuestra que el autor siempre tuvo razón en su crítica.  Bradbury siguió escribiendo casi hasta el momento de su muerte, a los 91 años de edad. Su legado es una basta obra de historias de terror y ciencia ficción principalmente, y varias generaciones de lectores dispuestos a defender su libertad de pensar, reflexionar y transmitir sus ideas. No hay piromaniacos suficientes para destruir ese legado, al menos no por ahora.  



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