miércoles, 11 de diciembre de 2013

0 Mil grullas, de Yasunari Kawabata (1951)


En Kamakura, una pequeña ciudad rodeada de montañas, el joven Kikuji lleva una vida simple y solitaria, marcada por la muerte de sus padres y los recuerdos de su infancia, especialmente los relacionados con la promiscuidad de su padre. Kikuji recibe una invitación para asistir a una ceremonia del té que será oficiada por Kurimoto Chikako, maestra experta en el centenario ritual de preparar y compartir el té, y alguna vez amante del padre de Kikuji, el fallecido señor Mitani. Chikako le ha revelado a Kikuji que la ceremonia es una excusa para poder presentarle a una señorita que se encuentra en edad casadera y en busca de esposo. Movido por la curiosidad, Kikuji acude a la cita para descubrir que la soltera en cuestión es Yukiko Inamura: hija de buena familia, joven, bella y refinada, tal como lo revela su pañuelo con el diseño de sembazuru, las mil grullas que en el imaginario japonés simbolizan la longevidad, la salud y los deseos cumplidos. Pero la hermosa Yukiko no es la única que se introduce en la insociable vida de este joven. La ceremonia del té también significará el rencuentro de Kikuji con dos antiguas queridas de su padre: Chikako, la manipuladora y ponzoñosa maestra del té, que hace las veces de casamentera, y la señora Ota, quien vive sumida en la culpa y el remordimiento que le provocan los recuerdos de su aventura con el señor Mitani. El cuadro lo completa Fumiko, la tímida e inasible hija de la señora Ota, la más incomprensible y medrosa de las mujeres que repentinamente han llegado a la vida de Kikuji, y también la única capaz de provocarle nuevos ánimos y deseos al solitario huérfano.

Una de las características de Mil grullas que han seducido a los lectores por más de medio siglo, es que a la manera de los sistemas estelares, esta historia se despliega en una serie de movimientos y relaciones definidas por las fuerzas de la atracción y la repulsión. En principio, la novela misma gira continuamente alrededor de la ceremonia del té, símbolo de hospitalidad, armonía y refinamiento, y una de las manifestaciones tradicionales de la historia y la cultura japonesa que más intrigan a occidente.  Este ritual es el centro alrededor del cual se encuentran irremediablemente atados Kikuji, el cuarteto femenino que lo acompaña, pero también los objetos que utilizan y los lugares en los que se relacionan. Y al igual que con los astros, que recorren el espacio bajo el riesgo de encontrar otro cuerpo celeste en su camino, las órbitas de los protagonistas de Mil grullas pasan tan cerca una de la otra, que parece inevitable que se crucen y provoquen un choque en medio del silencio.

Por su parte, como si fueran pequeños satélites, los personajes parecen sujetos a los utensilios requeridos para llevar a cabo el rito de servir el té. Así, Kikuji gira alrededor de un tazón Oribe negro, Fumiko, de una jarra Shino que ha perdido su identidad, pues ya no se usa para preparar el té sino como florero, el fallecido señor Mitani parecerá estar presente en la forma de un Karatsu de tonos verdes, y la señora Ota a través de un Shino cilíndrico en el que ha quedado marcada la huella de sus labios. Mil grullas es, en parte, una oda a los instrumentos que nos acompañan en nuestros rituales tanto cotidianos como sagrados. En esta historia, objetos y personas se transmutan, se confunden y dejan rastros unos en los otros. Los utensilios guardan las huellas de aquellos a los que pertenecieron, y en los personajes quedan grabados, no los nombres o los rostros de los demás, sino la relación que guardan con sus objetos. Así, para Kikuji, la señorita Inamura es un pañuelo con mil grullas estampadas, y para Chikako, el fallecido señor Mitani es una preciosa y valiosa colección de recipientes y avíos para la ceremonia del té.

Publicada originalmente en 1951, época de posguerra en la que la sociedad japonesa comenzaba a normalizar su vida a pesar de que el recuerdo de la guerra era reciente aún, Mil grullas es una febril y luminosa historia sobre el deseo, la soledad, la culpa, la redención, los significados ocultos de los rituales, el peso de las acciones y decisiones del pasado, y sobre el vínculo irrompible que une a vivos y muertos. A través de un estilo sobrio y flemático, más que narrar, el célebre escritor Yasunari Kawabata parece sugerir, insinuar delicadamente las penas, dudas y recuerdos de Kikuji y las misteriosas mujeres que lo rodean. En Mil grullas, los gestos, los movimientos, las sensaciones, los destellos de la luz en la porcelana, la dirección de las miradas, la humedad de una casa de jardín que necesita ser ventilada, y los colores de unas flores son los verdaderos narradores de la historia.

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