miércoles, 13 de noviembre de 2013

0 La Ignorancia, Milan Kundera (2000)


Durante la Revolución francesa se acuñó el término del émigré, el “emigrado”, símbolo y figura imprescindible de las sociedades contemporáneas. Sabemos que la migración es tan antigua como el mismo ser humano, pero no fue hasta que se acuñó ese término a finales del siglo XVIII, que se hizo manifiesto el matiz, la connotación del autoexilio político o social del emigrado. Desde entonces, el arte, la cultura y la política, han desarrollado una imagen idealizada y romántica del autoexiliado, el que abandona su patria por decisión propia, pero bajo una nota implícita de protesta, obligado o presionado por sus circunstancias, y como única alternativa ante ciertas condiciones políticas o sociales que imperan en su país. En La Ignorancia, Milan Kundera nos ofrece un sensible, inteligente y preciso ensayo (en forma de novela) sobre el exilio, el regreso a casa del émigré, y los sentimientos, hallazgos, desilusiones y desencantos que desata la repatriación.

Irena y Josef son dos checoslovacos que, cada uno por su cuenta y por diferentes circunstancias, se ven obligados a expatriarse, huyendo de la invasión soviética que instauró en su país un totalitarismo más duro aun que el implementado durante el régimen comunista anterior a la invasión. Irena, “bella a los cuarenta”, viajó a Francia, donde con esfuerzo, mucho trabajo y sacrificios, logró establecerse y seguir con su vida; mientras que Josef, un poco mayor que Irena, se exilió en Dinamarca, donde se enamoró, se casó y tuvo una vida simple pero feliz. El fin de la era soviética, en 1989, les brinda la oportunidad de regresar al país que tuvieron que abandonar veinte años antes, su tierra natal, que en el ideario europeo se supone que sigue siendo su “hogar”. Ambos emprenden un forzado viaje de regreso a Praga, a reconocer las calles, los lugares y las personas que no han visto durante dos décadas; a reencontrarse con su familia y amigos, aquellos que tuvieron que dejar atrás en su búsqueda de una vida mejor; a comunicarse de nuevo en su idioma materno, un lenguaje que entienden pero que después de tanto tiempo se ha vuelto extraño para ellos. Para Josef e Irena, extranjeros en los países donde tienen veinte años viviendo, y extraños en su tierra natal, que no es ni volverá a ser el país de su infancia y juventud, la posibilidad de volver al terruño los obliga a preguntarse seriamente dónde está su hogar. Buscando la respuesta a esa interrogante, realizan un viaje en el que descubrirán que “el hogar” es algo cambiante, poco fidedigno, y para el émigré, algo ilusorio.

Las historias de Irena y Josef (historias en principio independientes pero que al estilo Kunderiano se cruzarán en un episodio de erotismo en el clímax de la novela) pueden parecer simples a primera vista, sin embargo encierran algunos de los “dramas filosóficos” más profundos, interesantes y relevantes de la edad contemporánea: la búsqueda del hogar, el desencanto del regreso a casa, la consecuente pérdida de la identidad, y la trampa de la otredad, en la que siempre somos reconocidos como un “otro”: un extranjero, un visitante, un invasor; y ya no como uno del grupo, un paisano, un vecino o un compatriota. Al más puro estilo de Cabral: ese limbo en el que ya no somos de aquí, ni de allá.

Totalmente acorde con el estilo al que Kundera nos tiene acostumbrados, la trama no es más que una especie de “representación” de los temas que subyacen en el fondo (algunos de ellos, ya clásicos de este autor): la memoria, el olvido, la nostalgia, la añoranza, las ilusiones, los recuerdos compartidos, el arraigo y el desapego, la relatividad y fragilidad del hogar, y la relación hogar-identidad. De hecho, la novela en sí puede ser considerada como una serie de variaciones y exploraciones sobre este tema de inspiración homérica: el difícil regreso a casa. En este sentido, Kundera revisita, homenajea pero también deconstruye constante y explícitamente el mito de Ulises, quién tras veinte años de haber partido de su amada Ítaca, regresa a su tierra sólo para darse cuenta que se ha convertido en un extraño al que no se le añora más. Fiel a su talante de “escritor-filósofo”, Kundera no solo cuenta una historia, sino que la comenta, le añade notas, observaciones y apostillas, ya que su punto no es sólo contar una trama, sino las ideas que están detrás de la trama. Es verdad, como algunos críticos han señalado, que La Ignorancia es en ciertos aspectos “diferente” a sus obras anteriores (por ejemplo es mucho más ligera y fácil de leer, cosa que se agradece enormemente), sin embargo conserva su sello indiscutible y algunos de los elementos que le han valido miles de lectores fieles alrededor del mundo. Por ejemplo, en La Ignorancia, Kundera no oculta los elementos psicológicos, filosóficos, lingüísticos e históricos de los que echa mano para construir sus reflexiones; de hecho, al estilo de Balzac o Tolstoi, Kundera ni siquiera se molesta en reservarse sus comentarios en primera persona, lo que crea un efecto parecido a estar en la presencia del autor.

Esta es la última novela de la “trilogía de novelas breves” de Milan Kundera. De hecho, es la última obra de ficción que el autor ha publicado (le siguieron únicamente El telón y Un encuentro, ambos ensayos sobre Arte y Literatura), y tras casi 14 años en espera de una nueva obra, algunos comentaristas ya especulan que esta será la última novela que leeremos de Kundera. Lo que sí sabemos es que es una de sus obras más personales, insipirada claramente no sólo en un afán filosófico, sino en sus propias vivencias, y que su lectura es imprescindible ya no solo para sus seguidores, sino para cualquier lector asiduo de las obras que invitan a la reflexión. Seguramente, La Ignorancia es la obra más conmovedora que se ha escrito sobre la búsqueda del hogar, desde La Odisea del poeta Homero.


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