Muy pocos escritores han
logrado un lugar tan privilegiado en el cariño y la simpatía tanto de la crítica
especializada como de la cultura popular, como Gabriel García Márquez, “Gabo”,
el rockstar de las letras colombianas. Su carisma, la naturalidad y el gusto
con el que se desenvuelve en la polémica y su seductora personalidad, lo han
convertido en uno de los escritores más cercanos a sus lectores, y uno de los más
fácilmente reconocibles, no solo en Latinoamérica, donde sus seguidores se
cuentan por millares, sino alrededor del mundo. Por todo esto, era inevitable
que tarde o temprano decidiera contar por su propia mano la historia de su
vida. Promocionado como uno de los libros más esperados de la primera década
del siglo XXI, Vivir para contarla, publicado
en 2002, fue un impresionante éxito de ventas, especialmente tras los fuertes
rumores que señalaban que el escritor ya no publicaría la segunda y la tercera
parte de su autobiografía, contrario a lo que se había anunciado en un
principio.
En esta obra, Gabriel García
Márquez evoca y reconstruye sus propios pasos, desde los primeros recuerdos
infantiles, en una típica franja rural colombiana, enclavada muy cerca del mar
Caribe, hasta su partida con destino a Suiza, a los 28 años de edad, como
corresponsal del periódico bogotano “El Espectador”. Echando mano de su
habitual técnica circular, de constantes saltos en el tiempo, de su estilo desenfadado
y su desvergonzado sentido del humor, García Márquez nos cuenta su propia
versión de una historia que ciertamente ya ha sido explorada con anterioridad
por periodistas, biógrafos profesionales, amigos cercanos e incluso por sus
propios familiares: la historia del primer hijo de un típico matrimonio
colombiano de clase baja de los años veinte, niño precoz, con una curiosidad
insaciable y una imaginación alimentada por las historias y las leyendas
fundacionales de Colombia, que se convertiría en un joven bohemio, de memoria
prodigiosa y una inventiva extraordinaria. Ésta es pues, la historia de su
propia vida… al menos la versión que él dice recordar, que no es necesariamente
igual a como sucedieron las cosas -según nos advierte él mismo desde las
primeras líneas de estas memorias-, pero que a fin de cuentas es la única
versión que importa, porque, en sus propias palabras: “la vida no es la que uno
vivió, sino la que uno recuerda...”.
Dada la extensa lista de
investigaciones y recuentos que se han hecho sobre el escritor y su obra,
muchas de las historias y anécdotas de su vida son ya bien conocidas, quizá
especialmente las que se refieren a su infancia. En buena medida, ha sido el
mismo García Márquez el que no ha perdido oportunidad para contar las historias
de esa época una y otra vez. Por esta razón, quizá lo más interesante de Vivir para contarla sea la evocación de
los años de su adolescencia precoz y de los primeros años de la juventud, recuento
que por supuesto es acompañado por una interesante reconstrucción de los años
de convulsión económica, política y social que vivía Colombia en la década de
1940 y principios de los 50.
Son bien conocidas las
imágenes más recientes de García Márquez, las que vinieron después del Nobel:
un intelectual que lo mismo se retrata con jefes de Estado que con la
farándula, dueño de una hermosa mansión al sur de la ciudad de México, que
baila con desenvolvimiento en diferentes eventos sociales. Quizá por eso llame
la atención que en sus memorias el escritor se retrate a sí mismo como un joven
tímido, de cabello alborotado, eterno solterón que intercambia coplas por la
comida del día, recita de memoria lo mejor de la poesía del Siglo de Oro y
nunca se cambia de ropa porque no tiene más que una camisa y un pantalón que
lava todos los días en la regadera.
García Márquez hizo de todo
en sus años mozos, menos desperdiciarlos. Sus días en esta época se reparten
entre la aventura y el descubrimiento de la vida llana, colorida y palpitante
de los escenarios colombianos más importantes, como Barranquilla, Sucre,
Bogotá, y Cartagena. Si los artistas muchas veces son clasificados como
introvertidos o aventureros, García Márquez dice pertenecer a los retraídos,
pero las historias que nos cuenta, llenas de burdeles, cantinas, hoteles de
mala muerte, borracheras con artistas y noches de pernoctar en la banca de un
parque o en el frio piso de la celda de un cuartel, nos hacen pensar que Gabo,
al igual que Hemingway o Lord Byron, pertenece más bien a la estirpe de
artistas nutridos por el torrente de las experiencias vitales, que a los que se
replegaron en sí mismos.
Si bien es falso que la obra
de todo artista se explica en sus biografías, en el caso de García Márquez es bien
sabido que prácticamente toda su obra tiene una conexión directa con sucesos
reales de los que fue testigo cuando no partícipe. En este sentido, Vivir para contarla, es una guía necesaria
para todos los seguidores del escritor colombiano que busquen recabar las
pistas del realismo mágico que Gabo edificó con Macondo como corazón de un
universo que se extiende a toda su obra; aunque por supuesto, conocer los
detalles que generalmente se ocultan tras bambalinas, puede restarle cierto
encanto a lo que uno toma comúnmente como ficción o fantasía, por lo que la
lectura de Vivir para contarla no es
recomendable para quien quiera aproximarse por primera vez a la obra de premio
Nobel colombiano, sino justamente para quien ya conoce de lleno esa obra y
quiere cerrar la lectura de este autor con un broche dorado. Sin duda, un libro
imprescindible para los muchos seguidores de Gabo, que seguramente reconocerán
en las historias de Vivir para contarla
los escenarios y los personajes que dieron origen a obras como La hojarasca, La mala hora, El coronel no
tiene quien le escriba, El amor en
los tiempos del cólera y por supuesto, su obra más aclamada, Cien años de soledad.
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