Esta
novela de Sylvia Plath –la única, por cierto- cuenta la historia
de Esther Greenwod, una joven universitaria de Boston que se muda a
Nueva York para trabajar en la redacción de una revista. En esta
nueva ciudad, Esther trata de adaptarse a su nueva realidad pero su
inestabilidad emocional pronto la obliga a regresar a su ciudad de
origen. La autora se centra en detallar cómo el ánimo de Esther va
decayendo y cómo va paulatinamente perdiendo el interés por vivir.
Sus intentos de suicidio terminan con su reclusión en una
institución en la que incluso recibe terapia de electrochoques. Aun
con un tema tan desolador como la depresión, Sylvia Plath logra
hacer una narración amena, incluso humorística, en algunos
momentos.
La
vida de Esther permite al lector entender un poco mejor lo que pasa
por la mente de una persona que está clínicamente deprimida. La
insatisfacción permanente, el insomnio y la ansiedad repentina con
la que debe vivir continuamente. Mas aún, “La campana de
cristal” también centra la atención en el tipo de tratamientos
que utilizaban para atender a las personas con algún desorden mental
en los años cincuenta, época en la se ubica la novela.
En
lo personal, la novela me parece recomendable porque aborda el tema
de la depresión desde una perspectiva muy neutral, no ubica a la
protagonista como víctima de la enfermedad ni culpa a quienes la
rodean, mas bien describe la experiencia de Esther como podría haberlo
hecho cualquier otra persona con cualquier otra enfermedad.
Uno
de los aspectos más interesantes es que la novela se
asemeja tanto a la vida de Sylvia Plath que muchos la consideran
autobiográfica. De hecho, Sylvia Plath sufrió depresión gran parte
de su vida y terminó suicidándose poco después de la publicación
de su novela en el Reino Unido. Quizá las propias vivencias de la
autora sean lo que le dan gran parte del valor a la obra, más que
sólo narrar los infortunios de la vida de una mujer, Plath logra
realmente transmitir la frustración y el desasosiego que genera una
enfermedad en donde nada parece ser un motivo lo suficientemente
poderoso para vivir.
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