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En el siglo XXI las cartas de
amor son un arte perdido. En un mundo donde nos comunicamos en tiempo real a
través de redes sociales y mensajería instantánea, parece ya no haber espacio
ni imaginación suficiente para el romance y el drama que tan solo hace unos
años plasmábamos en largas cartas dirigidas a nuestra o nuestro amado.
No había mejor medio para descargar nuestros arrebatos y nuestra pasión que escribir cartas de amor. Y quien lo dude puede consultar a la escritora mexicana de
origen francés-polaco, Elena Poniatowska, quien en 1978 publicó un drama epistolar
al más puro estilo de los años veinte del siglo pasado. Una pintora exiliada,
talentosa pero desconsolada, un gris y gélido escenario de posguerra, carencias
económicas y la nostalgia por un amor que partió en el último transatlántico,
son las piezas de “Querido Diego, te abraza Quiela”, una breve pero intensa
novela, cargada de emotividad, ilusión y desesperación, basada en el romance real
entre dos grandes pintores de la época, el mexicano Diego Rivera y la rusa
Angelina Beloff, o como el mismo Rivera se refería a ella cariñosamente: Quiela.
¿Quién puede resistirse a
leer las cartas de amor de otros? En “Querido Diego, te abraza Quiela”, Poniatowska
nos abre una ventana a la intimidad de la pareja, a través de doce cartas
ficticias de amor que Beloff le escribe a Rivera entre octubre de 1921 y julio
de 1922. Tristemente, ni los mensajes ni el amor ardiente y desesperado que
Beloff sentía por el pintor mexicano, fueron correspondidos. Once años antes,
ambos eran jóvenes y prometedores artistas que habían dejado sus países de
origen para conocer Europa y particularmente París, meca del arte y
especialmente de la pintura. Se atrajeron al momento mismo de conocerse y
vivieron un matrimonio de casi once años que marco de por vida a Beloff. Pero
para Rivera sería sólo el primero de varios matrimonios y relaciones que
tendría a lo largo de su vida. Harto de la guerra, del frio, de Europa y de los
europeos, Rivera regresó a México en 1920 para continuar su brillante carrera
artística. Beloff por su parte, se quedó en una fría buhardilla parisina, no
sólo en una crítica condición de pobreza, sino también con el corazón
irremediablemente roto, atosigada por el trauma que le ocasionó la muerte de su
pequeño hijo Diego (el primero que tendría Rivera y el único que tuvo Angelina)
y con la inspiración y el ánimo de vivir por los suelos.
En las cartas que Beloff
escribe a través de la pluma de Poniatowska, podemos sentir la desolación que se desató en su interior cuando su amor dejó de ser correspondido.
Con el paso del tiempo, Beloff aprendió a dejar atrás la época que vivió junto a
Rivera y a continuar con su vida personal y artística, pero en los primeros
años posteriores a su separación, la desesperanza y la desilusión oscurecieron
la visión que tenía de la vida, del arte y de sí misma.
Este drama epistolar suele permanecer
a la sombra de las dos obras emblemáticas de Poniatowska (la novela “Hasta no
verte Jesús mío”, y la crónica “La noche de Tlatelolco”), sin embargo es una estupenda
introducción a la obra de esta escritora mexicana, especialmente recomendada
para quienes quieran conocer más sobre la vida de Diego Rivera, o quienes
quieran compartir por un momento la desolación y la melancolía de Quiela.
En esta novela se revela
claramente el estilo de Poniatowska, resultado de una fuerte influencia de la
crónica, el testimonio y el periodismo, así como algunos de los temas que más
claramente le han importado, como el arte, la cultura mexicana y los sinsabores
de la cotidianeidad. Poniatowska ha comentado que se identificó con Angelina
Beloff al momento mismo de conocer su historia (ambas dejaron atrás su origen
europeo para mexicanizarse). Quizá por
eso no perdió la oportunidad de dotar de voz a la afligida pintora rusa y
ayudarle a contar al mundo su gran historia de amor y desilusión.
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