En 2004, el escritor colombiano Gabriel García
Márquez puso fin a un periodo de diez años sin publicar una historia original.
Durante ese lapso había publicado dos libros de no ficción: la crónica del
secuestro de la periodista Maruja Pichón y el primer tomo de su autobiografía, pero
sus lectores seguían aguardando una nueva novela. El libro con el que regresó al terreno de la
ficción es una obra menuda titulada “Memoria de mis putas tristes” cuya trama
es bien conocida gracias a la polémica que la ha envuelto, curiosamente no
desde su aparición en 2004, sino a partir de 2009, cuando se hizo público que
se adaptaría a la pantalla grande.
En
“Memoria de mis putas tristes”, acudimos a la historia, narrada por su propio
protagonista, de un anciano solitario, aficionado a los libros y a la música
culta, que en el día de su cumpleaños número 90 decide festejarse a sí mismo
con “una noche de amor con una adolescente virgen”. Para ello acude a una vieja
conocida, matrona de un burdel clandestino, quien le ayuda a realizar su deseo
poniendo a su disposición una adolescente de apenas 14 años. Deslumbrado por la
inmaculada belleza y la juventud de la niña sin nombre, así como por la manera
apacible y profunda en que ésta duerme, el viejo duda y renuncia a despojarla
de su virginidad. No se atreve siquiera a despertarla. Y lo que iba a ser sólo
una noche en un prostíbulo se empieza a transformar en costumbre, obsesión,
necesidad y romance. El nonagenario, también sin nombre, termina por encontrar
satisfacción, paz y placer en el simple acto de pasar la noche al lado de la
pueril musa y contemplarla mientras duerme. El anciano se enamora de la pequeña
y su rutinaria vida parece volver a comenzar nada menos que a los noventa años
de edad.
La obra en cuestión tuvo el efecto explosivo de
la dinamita, colocó nuevamente a García Márquez en el centro de la polémica
(terreno que conoce bien y en el que se desenvuelve con naturalidad), y le
valió censuras en Irán, demandas en México y la ira de feministas de distintas
partes del mundo.
Se trata de una novela breve y ligera, pero
evidentemente compleja y provocadora. Su publicación provocó un intenso debate,
entre quienes acusan a la novela (y a su autor) de inmoral e indecente, afirmando
además, absurdamente, que García Márquez incita a la pederastia, y quienes
sostienen que no hay nada en la novela que pueda resultar más escandaloso que
la realidad misma, y mucho menos alguna invitación o incitación al estupro o al
abuso de menores (así como “El Perfume” de Süskind no invita al feminicidio, “Psicópata
Americano” de Bret Easton Ellis no invita al homicidio, ni “Lolita” de Nabokov
incita a la pederastia).
Lo que resulta claro es que con “Memoria de mis
putas tristes”, García Márquez se propuso más bien, revisar y homenajear a la
novela “La casa de las bellas durmientes” de Yasunari Kawabata, con la que comparte múltiples semejanzas y
referencias, así como examinar y replantear algunos de los temas que ya había
abordado, por ejemplo, en “El amor en los tiempos del cólera”, pero desde un contexto
distinto, evidentemente mucho más provocador.
En “Memoria de mis putas tristes” encontramos
una variante poco frecuentada -y por obvias razones, incómoda y políticamente
incorrecta, de la clásica historia sobre el encuentro con el amor verdadero, el
gran y definitivo amor que suponemos que llegará tarde o temprano a nuestra
vida. Al adentrarnos a este relato, debemos tomar muy en serio la expresión
“tarde o temprano”, así como reflexionar con toda honestidad las implicaciones
de aquella otra que afirma “más vale tarde que nunca”.
Los constantes rumores sobre la debilitada
salud de García Márquez hacen pensar que es poco probable que escriba una
nueva novela, además de que se sabe que invierte su poca energía en la
terminación de los siguientes dos tomos de sus memorias. De ser así, “Memoria
de mis putas tristes” significaría la pieza final del imaginario creado por el
más popular de los escritores latinoamericanos del siglo XX y primera parte del XXI.
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