miércoles, 22 de enero de 2014

0 Esperando a Godot, de Samuel Beckett (1952)


A veces es difícil definir con precisión los elementos que vuelven célebre a una obra literaria, los atributos que la convierten en un clásico, lo que lleva a una novela, un poema o una obra de teatro a convertirse en “imprescindible”. Lo que es indudable, es que una obra no necesita ser complicada o intrincada para provocar a los lectores, trastocar sus sentimientos, o incluso transformar sus ideas. A veces las historias más sencillas son solo la puerta de entrada a complejas, apasionantes y extraordinarias obras que cambian la vida de quienes se acercan a ella. Sin duda alguna, el mejor ejemplo de ello es la breve obra teatral del escritor irlandés Samuel Beckett, Esperando a Godot, cuya historia, en apariencia simple y llana, tiene ya más de 60 años causando sorpresa, perplejidad y perturbación entre sus lectores y espectadores.

La trama es tan elemental, que ni siquiera resulta necesario resumirla. La obra es protagonizada por Vladimir y Estragon (aunque entre ellos se llaman “Didi” y “Gogo”), quienes se encuentran en un yermo paraje, esperando interminablemente la llegada de alguien llamado “Godot”. Hasta allí la célebre trama. Por supuesto, durante su espera, Vladimir y Estragon buscarán diferentes maneras de “pasar el rato”, aunque con la resignada actitud de quien sabe que no por eso será más rápido o agradable, también discutirán, buscarán pequeñas alegrías, divagarán sobre su triste situación y su poco prometedor futuro, y se encontrarán con otros personajes no menos peculiares que ellos.

Publicada en 1952 y estrenada al año siguiente, la espera sin fin de Vladimir y Estragon resultó desconcertante y apabullante para lectores y espectadores. Incluso en algunos países tuvieron que pasar años para que la obra se estrenara, debido a que no había compañías teatrales lo suficientemente arriesgadas para atreverse a montar en escena una obra tan poco convencional para la época.  Desde entonces, los testigos de la espera de Vladimir y Estragon se han dividido entre quienes encuentran la falta de acciones y sucesos como una charlatanería por parte de Beckett y quienes la califican como una obra maestra que simboliza insuperablemente el tedio, la carencia de significado de la vida y la sensación de abandono y extravío que prevalecía en la postguerra.

Desde su estreno en 1952, críticos, académicos y espectadores en general han generado incontables análisis e interpretaciones de los símbolos y significados encerrados en Esperando a Godot. Esta es una de esas breves obras sobre las cuales se han escrito una cantidad incalculable de páginas. Como un buen tratado filosófico, la obra plantea muchas más preguntas que respuestas. Ha sido este carácter enigmático y ambiguo lo que la ha mantenido vigente incluso a décadas de su estreno, mientras que por su parte, la naturaleza confusa y en ocasiones contradictoria de sus protagonistas los ha convertido en personajes legendarios de la historia del teatro.

Pieza clave del llamado “teatro del absurdo” (término que recientemente se ha debatido) y de la literatura existencialista, Esperando a Godot es una obra de lectura obligada para todo buen lector, aunque puede resultar un poco difícil de digerir para los más principiantes o para quienes prefieren las obras ligeras. Vladimir y Estragon, como Caín y Abel, son representantes de todo el género humano. Su espera sin fin simboliza la espera de todos, la espera de algo que nos saque de nuestro aburrimiento, que nos libre de nuestra soledad, que reafirme nuestra condición de seres humanos, o que le confiera sentido a nuestra existencia. Nuestra espera de Godot, porque a fin de cuentas, todos estamos esperando a Godot.

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