A veces es difícil definir
con precisión los elementos que vuelven célebre a una obra literaria, los
atributos que la convierten en un clásico, lo que lleva a una novela, un poema
o una obra de teatro a convertirse en “imprescindible”. Lo que es indudable, es
que una obra no necesita ser complicada o intrincada para provocar a los
lectores, trastocar sus sentimientos, o incluso transformar sus ideas. A veces
las historias más sencillas son solo la puerta de entrada a complejas,
apasionantes y extraordinarias obras que cambian la vida de quienes se acercan
a ella. Sin duda alguna, el mejor ejemplo de ello es la breve obra teatral del
escritor irlandés Samuel Beckett, Esperando
a Godot, cuya historia, en apariencia simple y llana, tiene ya más de 60
años causando sorpresa, perplejidad y perturbación entre sus lectores y
espectadores.
La trama es tan elemental,
que ni siquiera resulta necesario resumirla. La obra es protagonizada por
Vladimir y Estragon (aunque entre ellos se llaman “Didi” y “Gogo”), quienes se
encuentran en un yermo paraje, esperando interminablemente la llegada de
alguien llamado “Godot”. Hasta allí la célebre trama. Por supuesto, durante su
espera, Vladimir y Estragon buscarán diferentes maneras de “pasar el rato”, aunque con la resignada actitud de quien sabe que no por eso será más rápido o agradable, también discutirán, buscarán pequeñas
alegrías, divagarán sobre su triste situación y su poco prometedor futuro, y se
encontrarán con otros personajes no menos peculiares que ellos.
Publicada en 1952 y estrenada
al año siguiente, la espera sin fin de Vladimir y Estragon resultó
desconcertante y apabullante para lectores y espectadores. Incluso en algunos países tuvieron que pasar años para que la
obra se estrenara, debido a que no había compañías teatrales lo suficientemente
arriesgadas para atreverse a montar en escena una obra tan poco convencional
para la época. Desde entonces, los testigos de la espera de Vladimir y Estragon se han dividido entre quienes encuentran la falta de acciones y
sucesos como una charlatanería por parte de Beckett y quienes la califican como
una obra maestra que simboliza insuperablemente el tedio, la carencia de
significado de la vida y la sensación de abandono y extravío que prevalecía en
la postguerra.
Desde su estreno en 1952,
críticos, académicos y espectadores en general han generado incontables análisis
e interpretaciones de los símbolos y significados encerrados en Esperando a Godot. Esta es una de esas breves
obras sobre las cuales se han escrito una cantidad incalculable de páginas. Como
un buen tratado filosófico, la obra plantea muchas más preguntas que
respuestas. Ha sido este carácter enigmático y ambiguo lo que la ha mantenido
vigente incluso a décadas de su estreno, mientras que por su parte, la
naturaleza confusa y en ocasiones contradictoria de sus protagonistas los ha
convertido en personajes legendarios de la historia del teatro.
Pieza clave del llamado
“teatro del absurdo” (término que recientemente se ha debatido) y de la
literatura existencialista, Esperando a
Godot es una obra de lectura obligada para todo buen lector, aunque puede
resultar un poco difícil de digerir para los más principiantes o para quienes
prefieren las obras ligeras. Vladimir y Estragon, como Caín y Abel, son representantes de todo el género humano. Su espera sin fin simboliza la espera de todos, la espera de algo que nos saque de nuestro aburrimiento, que nos
libre de nuestra soledad, que reafirme nuestra condición de seres humanos, o que le confiera sentido a nuestra existencia. Nuestra espera de Godot, porque a fin de cuentas, todos estamos esperando a Godot.
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