Durante la Revolución
francesa se acuñó el término del émigré,
el “emigrado”, símbolo y figura imprescindible de las sociedades contemporáneas.
Sabemos que la migración es tan antigua como el mismo ser humano, pero no fue
hasta que se acuñó ese término a finales del siglo XVIII, que se hizo
manifiesto el matiz, la connotación del autoexilio político o social del
emigrado. Desde entonces, el arte, la cultura y la política, han desarrollado
una imagen idealizada y romántica del autoexiliado, el que abandona su patria por
decisión propia, pero bajo una nota implícita de protesta, obligado o
presionado por sus circunstancias, y como única alternativa ante ciertas
condiciones políticas o sociales que imperan en su país. En La Ignorancia, Milan Kundera nos ofrece un
sensible, inteligente y preciso ensayo (en forma de novela) sobre el exilio, el
regreso a casa del émigré, y los
sentimientos, hallazgos, desilusiones y desencantos que desata la repatriación.
Irena y Josef son dos
checoslovacos que, cada uno por su cuenta y por diferentes circunstancias, se
ven obligados a expatriarse, huyendo de la invasión soviética que instauró en
su país un totalitarismo más duro aun que el implementado durante el régimen
comunista anterior a la invasión. Irena, “bella a los cuarenta”, viajó a
Francia, donde con esfuerzo, mucho trabajo y sacrificios, logró establecerse y
seguir con su vida; mientras que Josef, un poco mayor que Irena, se exilió en
Dinamarca, donde se enamoró, se casó y tuvo una vida simple pero feliz. El fin de
la era soviética, en 1989, les brinda la oportunidad de regresar al país que
tuvieron que abandonar veinte años antes, su tierra natal, que en el ideario
europeo se supone que sigue siendo su “hogar”. Ambos emprenden un forzado viaje
de regreso a Praga, a reconocer las calles, los lugares y las personas que no
han visto durante dos décadas; a reencontrarse con su familia y amigos,
aquellos que tuvieron que dejar atrás en su búsqueda de una vida mejor; a comunicarse
de nuevo en su idioma materno, un lenguaje que entienden pero que después de
tanto tiempo se ha vuelto extraño para ellos. Para Josef e Irena, extranjeros
en los países donde tienen veinte años viviendo, y extraños en su tierra natal,
que no es ni volverá a ser el país de su infancia y juventud, la posibilidad de
volver al terruño los obliga a preguntarse seriamente dónde está su hogar. Buscando
la respuesta a esa interrogante, realizan un viaje en el que descubrirán que
“el hogar” es algo cambiante, poco fidedigno, y para el émigré, algo ilusorio.
Las historias de Irena y
Josef (historias en principio independientes pero que al estilo Kunderiano se
cruzarán en un episodio de erotismo en el clímax de la novela) pueden parecer
simples a primera vista, sin embargo encierran algunos de los “dramas filosóficos”
más profundos, interesantes y relevantes de la edad contemporánea: la búsqueda
del hogar, el desencanto del regreso a casa, la consecuente pérdida de la
identidad, y la trampa de la otredad, en la que siempre somos reconocidos como
un “otro”: un extranjero, un visitante, un invasor; y ya no como uno del grupo,
un paisano, un vecino o un compatriota. Al más puro estilo de Cabral: ese limbo
en el que ya no somos de aquí, ni de allá.
Totalmente acorde con el
estilo al que Kundera nos tiene acostumbrados, la trama no es más que una
especie de “representación” de los temas que subyacen en el fondo (algunos de
ellos, ya clásicos de este autor): la memoria, el olvido, la nostalgia, la
añoranza, las ilusiones, los recuerdos compartidos, el arraigo y el desapego, la
relatividad y fragilidad del hogar, y la relación hogar-identidad. De hecho, la
novela en sí puede ser considerada como una serie de variaciones y
exploraciones sobre este tema de inspiración homérica: el difícil regreso a
casa. En este sentido, Kundera revisita, homenajea pero también deconstruye constante
y explícitamente el mito de Ulises, quién tras veinte años de haber partido de
su amada Ítaca, regresa a su tierra sólo para darse cuenta que se ha convertido
en un extraño al que no se le añora más. Fiel a su talante de
“escritor-filósofo”, Kundera no solo cuenta una historia, sino que la comenta, le
añade notas, observaciones y apostillas, ya que su punto no es sólo contar una
trama, sino las ideas que están detrás de la trama. Es verdad, como algunos
críticos han señalado, que La Ignorancia es
en ciertos aspectos “diferente” a sus obras anteriores (por ejemplo es mucho
más ligera y fácil de leer, cosa que se agradece enormemente), sin embargo
conserva su sello indiscutible y algunos de los elementos que le han valido
miles de lectores fieles alrededor del mundo. Por ejemplo, en La Ignorancia, Kundera no oculta los
elementos psicológicos, filosóficos, lingüísticos e históricos de los que echa mano
para construir sus reflexiones; de hecho, al estilo de Balzac o Tolstoi, Kundera
ni siquiera se molesta en reservarse sus comentarios en primera persona, lo que
crea un efecto parecido a estar en la presencia del autor.
Esta es la última novela de la
“trilogía de novelas breves” de Milan Kundera. De hecho, es la última obra de
ficción que el autor ha publicado (le siguieron únicamente El telón y Un encuentro,
ambos ensayos sobre Arte y Literatura), y tras casi 14 años en espera de una
nueva obra, algunos comentaristas ya especulan que esta será la última novela
que leeremos de Kundera. Lo que sí sabemos es que es una de sus obras más
personales, insipirada claramente no sólo en un afán filosófico, sino en sus
propias vivencias, y que su lectura es imprescindible ya no solo para sus
seguidores, sino para cualquier lector asiduo de las obras que invitan a la
reflexión. Seguramente, La Ignorancia es
la obra más conmovedora que se ha escrito sobre la búsqueda del hogar, desde La Odisea del poeta Homero.
0 comentarios:
Publicar un comentario