En Kamakura, una pequeña ciudad rodeada de
montañas, el joven Kikuji lleva una vida simple y solitaria, marcada por la muerte
de sus padres y los recuerdos de su infancia, especialmente los relacionados
con la promiscuidad de su padre. Kikuji recibe una invitación para asistir a
una ceremonia del té que será oficiada por Kurimoto Chikako, maestra experta en
el centenario ritual de preparar y compartir el té, y alguna vez amante del
padre de Kikuji, el fallecido señor Mitani. Chikako le ha revelado a Kikuji que
la ceremonia es una excusa para poder presentarle a una señorita que se
encuentra en edad casadera y en busca de esposo. Movido por la curiosidad, Kikuji
acude a la cita para descubrir que la soltera en cuestión es Yukiko Inamura: hija
de buena familia, joven, bella y refinada, tal como lo revela su pañuelo con el
diseño de sembazuru, las mil grullas que en el imaginario japonés
simbolizan la longevidad, la salud y los deseos cumplidos. Pero la hermosa
Yukiko no es la única que se introduce en la insociable vida de este joven. La
ceremonia del té también significará el rencuentro de Kikuji con dos antiguas queridas
de su padre: Chikako, la manipuladora y ponzoñosa maestra del té, que hace las
veces de casamentera, y la señora Ota, quien vive sumida en la culpa y el remordimiento
que le provocan los recuerdos de su aventura con el señor Mitani. El cuadro lo
completa Fumiko, la tímida e inasible hija de la señora Ota, la más
incomprensible y medrosa de las mujeres que repentinamente han llegado a la
vida de Kikuji, y también la única capaz de provocarle nuevos ánimos y deseos
al solitario huérfano.
Una de las características de Mil grullas que
han seducido a los lectores por más de medio siglo, es que a la manera de los
sistemas estelares, esta historia se despliega en una serie de movimientos y
relaciones definidas por las fuerzas de la atracción y la repulsión. En
principio, la novela misma gira continuamente alrededor de la ceremonia del té,
símbolo de hospitalidad, armonía y refinamiento, y una de las manifestaciones
tradicionales de la historia y la cultura japonesa que más intrigan a
occidente. Este ritual es el centro
alrededor del cual se encuentran irremediablemente atados Kikuji, el cuarteto
femenino que lo acompaña, pero también los objetos que utilizan y los lugares
en los que se relacionan. Y al igual que con los astros, que recorren el
espacio bajo el riesgo de encontrar otro cuerpo celeste en su camino, las
órbitas de los protagonistas de Mil grullas pasan tan cerca una de la
otra, que parece inevitable que se crucen y provoquen un choque en medio del
silencio.
Por su parte, como si fueran pequeños satélites,
los personajes parecen sujetos a los utensilios requeridos para
llevar a cabo el rito de servir el té. Así, Kikuji gira alrededor de un tazón Oribe
negro, Fumiko, de una jarra Shino que ha perdido su identidad, pues ya
no se usa para preparar el té sino como florero, el fallecido señor Mitani
parecerá estar presente en la forma de un Karatsu de tonos verdes, y la
señora Ota a través de un Shino cilíndrico en el que ha quedado marcada
la huella de sus labios. Mil grullas es, en parte, una oda a los
instrumentos que nos acompañan en nuestros rituales tanto cotidianos como
sagrados. En esta historia, objetos y personas se transmutan, se confunden y dejan
rastros unos en los otros. Los utensilios guardan las huellas de aquellos a los
que pertenecieron, y en los personajes quedan grabados, no los nombres o los
rostros de los demás, sino la relación que guardan con sus objetos. Así, para
Kikuji, la señorita Inamura es un pañuelo con mil grullas estampadas, y para
Chikako, el fallecido señor Mitani es una preciosa y valiosa colección de recipientes
y avíos para la ceremonia del té.
Publicada originalmente en 1951, época de posguerra
en la que la sociedad japonesa comenzaba a normalizar su vida a pesar de que el
recuerdo de la guerra era reciente aún, Mil grullas es una febril y
luminosa historia sobre el deseo, la soledad, la culpa, la redención, los
significados ocultos de los rituales, el peso de las acciones y decisiones del pasado, y sobre
el vínculo irrompible que une a vivos y muertos. A través de un estilo sobrio y
flemático, más que narrar, el célebre escritor Yasunari Kawabata parece
sugerir, insinuar delicadamente las penas, dudas y recuerdos de Kikuji y las
misteriosas mujeres que lo rodean. En Mil grullas, los gestos, los
movimientos, las sensaciones, los destellos de la luz en la porcelana, la
dirección de las miradas, la humedad de una casa de jardín que necesita ser
ventilada, y los colores de unas flores son los verdaderos narradores de la
historia.
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