De Lydia
Cacho, periodista mexicana, feminista y activista de los derechos de la mujer,
se ha dicho de todo. Prácticamente no necesita presentación: su nombre y su
trabajo son tan bien conocidos en México como en Estados Unidos, Europa y Asia.
Es asesora de la Agencia de las Naciones Unidas para la Mujer, fundó un centro
de atención a mujeres y niñas víctimas de la violencia, y ha recibido halagos
de personajes tan disímbolos como el periodista Roberto Saviano y la actriz Angelina
Jolie. La historia de cómo fue perseguida, torturada y encarcelada injustamente
en represalia por sus investigaciones sobre la mafia de la pederastia y la
pornografía infantil en México, que opera bajo la protección de la clase
política de ese país, es ampliamente conocida, y provocó uno de esos raros momentos
de indignación social generalizada.
Tras el
episodio de su secuestro y encarcelamiento ilegal, Lydia Cacho continuó con sus
investigaciones sobre la trata de mujeres y niñas con fines de explotación
sexual alrededor del mundo. En un auténtico trabajo periodístico, la activista
recorrió los países en los que se concentra el tráfico de personas y la
prostitución forzada, como Turquía, Israel, Japón, Camboya, Birmania y México,
con el objetivo de encontrar y seguir las claves necesarias para entender mejor
el origen, la dinámica y las consecuencias de estos crímenes. Los principales hallazgos de esos viajes
están registrados en su libro “Esclavas del poder. Un viaje al corazón de la
trata sexual de niñas y mujeres en el mundo”.
Se trata de una impactante y
reveladora investigación, que en poco tiempo se volvió bibliografía obligada
para todos los interesados en documentarse en el tema. Aunque no se hace
explícito, el libro podría dividirse en dos secciones. En la primera parte, y
ciertamente la más valiosa, Cacho se avoca a documentar claramente la forma en
que operan las redes de trata en diferentes países. Para ello obtuvo el
testimonio real de activistas, funcionarios públicos, policías, pero
principalmente de mujeres y niñas sobrevivientes de la trata y la explotación,
e incluso conversó cara a cara con algunos tratantes y proxenetas. Además,
disfrazada de novicia, de turista o de adicta al juego, se introdujo en los
escenarios en los que día a día, miles de mujeres y niñas son forzadas a
prostituirse (como zonas rojas, limites fronterizos, burdeles o casinos de
lujo), para observar directamente la manera como los tratantes operan,
generalmente bajo la protección del Estado o de algún poder fáctico.
En una segunda parte, la escritora
desarrolla sus conclusiones y reflexiones sobre los diferentes elementos
que en su conjunto dan origen, forma e incluso fortaleza a la trata de
personas, como el lavado de dinero, la demanda de la prostitución, la
naturaleza de los proxenetas, la militarización de las sociedades e incluso la
misma lógica del capitalismo y de la globalización. Es claro que en esta sección
no habla tanto la periodista, sino la feminista. Si bien estos capítulos
contienen información valiosa y reflexiones muy interesantes, su lectura puede
ser francamente trabajosa para quienes estén acostumbrados al trabajo
académico, mucho más riguroso y con conceptos y metodologías ampliamente
aceptadas. A diferencia del enfoque académico, o del periodismo que se limita a
describir o revelar sus hallazgos, la exposición de Cacho en esta parte del
libro es sumamente personal y pasional, lo que como se sabe, disminuye aún más la
objetividad que de por sí ya es difícil lograr, por no mencionar que echa mano
de conceptos poco utilizados, y por tanto difíciles de entender incluso para
los lectores bien intencionados.
En suma, “Esclavas del poder”
muestra tanto el lado fuerte como el lado más criticable de Lydia Cacho: por una
parte, expone una investigación periodística de primer nivel, que puede y debe
ser utilizada para crear conciencia, cultura, y para combatir con conocimiento
crímenes tan horrendos y primitivos como la compra y venta de personas para su abuso sexual, y por la otra, hace manifiesto el punto de vista de un feminismo francamente
recalcitrante, y algunas veces anquilosado, revela sus inflexibles posturas
abolicionistas, y no escatima en denuestos mal disimulados que lanza contra las
corrientes del feminismo menos maternalistas, a las que califica de ingenuas,
cuando no de prestarse al juego de las mafias. En el balance, “Esclavas del
poder” sigue siendo una lectura no sólo recomendable, sino importante para un
mayor entendimiento de estos importantes temas.
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